martes, 17 de agosto de 2010

El viejo Medina

Todo empezó un día en la pileta del parque.
Un chapuzón y mi oído izquierdo se llenó de agua.
Salté como me había enseñado mi madre,
con la cabeza paralela al piso del lado del oído afectado para que el agua descendiera.
No funcionó.
El otorrinolaringologo dijo que podría intervenir.
No funcionó.

Creo que además del agua que se quedó en mi oído, la sal tuvo mucho que ver.
Mi madre decía que la sal ensordece a las personas,
por eso mi tío dejó de consumir sal para poder escuchar mejor.
Comía arroz sin sal, la sopa sin sal, todo sin sal.
Yo pensaba que era ridículo.
Cómo puede quedarse uno sordo por comer sal.

A mi me gustaba mucho las cosas saladas.
Me gustaba más que los dulces.
Un día mi hermano menor me retó a comerme una cucharada de sal.
Tenía la garganta seca.
Y las lágrimas en los ojos.
Pero no podía haber dicho que no.
Era un reto.
Ese fue el principio del fin.

En el colegio fui objeto de burlas,
decían cosas que no podía comprender bien.
Conseguí una novia.
Pero nunca le dije mi problema.
Cuando se enteró, me dejó.

Pero he creado una fascinación en los niños.
Los niños me aman.
El otro día me había lastimado el pie
y mientras los niños estaban en receso,
aproveché para sacarme un rato el zapato y la media.
Los niños literalmente se me abalanzaron a los pies,
a mi media y mi zapato.

Me los voy a comer.

Por C.
17/08/2010

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