jueves, 11 de febrero de 2010

El último espectador


Con el corazón latiéndole a mil, por el cansancio y el susto que había vivido segundos atrás, sudando, nervioso, ansioso y con algo de temor Tomás se dejó resbalar junto a la pared en la primera esquina que encontró después de la carrera que tuvo que emprender tras huir de la casa de la viuda a la que pretendía robar. – ¡En qué está pensando esa loca!- Esa noche llovía a cántaros.
Ya en el suelo, sacó la cabeza para asegurarse de que nadie lo persiguiera. Se equivocó. Se levantó apresurada y bruscamente, casi cayó, y empezó a correr. La viuda venía atrás a paso ligero, con una mirada llena de maldad y frivolidad, pero con una serenidad tal que provocaba escalofríos.
Tomás lo había planeado hace semanas. Con premura y mucha cautela. Entraría por el ático, bajaría a la alcoba de la viuda y solo cogería las cosas de mayor valor. - Se venderán muy bien en el mercado negro-. Nunca se imaginó que al entrar en el ático, encontraría una aterradora y extraña colección de niños disecados y colgados del alto techo a manera de marionetas. Era un teatro humano, con niños, niños muertos, todos con admirables rostros. Sintió pánico pero curiosidad a la vez y siguió explorando. Todo estaba tan bien preparado; hasta había butacas. Entre el público, su difunto esposo, en primera fila. Todas las butacas estaban llenas de más cadáveres, menos una. Sintió náuseas. Un tropiezo alertó a la viuda. No podía dejar de correr.
No sabía por qué pero Tomás sentía un temor que nunca antes había sentido, y eso que se había enfrentado a múltiples hazañas en las que su vida corría peligro. – Esto de ser la oveja negra trae muchas complicaciones y responsabilidad! – pero esta vez, era extraño, se sentía mucho pánico, sintió como sus piernas se iban debilitando, y la mirada de la viuda estaba en su mente; esa mirada tan enigmática.
Su cuerpo se estremeció. ¿Habrá ya despistado a la loca? Se detuvo, respiró hondo, cerró sus ojos por un segundo para calmarse; cuando los abrió vio lo último que vería en el teatro de su vida: a la viuda con sus brazos en alto deteniendo un hacha.

sunglasses at night

Hoguera


La luz naranja del fósforo se reflejaba en sus ojos negros inundados de lágrimas que estaban a punto de derramarse. El temblor en su labio inferior era inevitable. Quiso tragarse sus lágrimas; fue imposible. Dos gotas saladas rodaron por su rostro color canela, dibujando dos líneas blancas a su camino y llegando al fin a sus labios. Quedó inmóvil. Y sintió que el fuego quemaba sus dedos. Sacudió su mano soltando el fósforo que cayó sobre unos escritos incompletos consumiéndose inmediatamente. La ira. Las lágrimas causadas por la ira son las que peores consecuencias traen. Jane, quien había corrido la suerte de caer en el seno de una pareja pudiente pero poco culta, sentía que lo que habían estado buscando en realidad no era una hija que llenara el vacío de la esterilidad, sino a alguien en quien podrían descargar su autoritarismo, irritación y frustración sin que se quejara por la obligada gratitud de haberla recogido. Pero no más, nunca más. Sus padres solían preparar la cena en una cocina de leña, todas las noches desde hace 15 años. Así que no necesitó planearlo mucho. Era cosa simple: bañar en gasolina la leña de reserva que se encontraba dentro de la cocina; ya que estén preparando la cena, cerraría la puerta muy despacio, con cautela, pero asegurándose de echarle llave. Luego arrojaría un fósforo encendido a través de la ventana directamente sobre la leña. Así lo recuerda Jane, diez años más tarde, ahora mayor de edad. Sentada bajo un frondoso árbol de aguacate. Mirando la cocina incinerada y aun escuchando en su mente los alaridos desesperados y ahogados de sus padres adoptivos, los golpes contra las paredes, el reventar de los vidrios, y ya luego solo el sonar de las brasas del infierno terrenal provocado por aquella tarde en que sus padres la obligaron a guardar sus libros y a arreglar su habitación.

Murmullos Recurrentes


Siempre había sentido una extraña fascinación hacia el comportamiento parco y frugal de aquel viejo. Me hipnotizaba con su paso parsimonioso y la forma alargada de su cuerpo.

Después de mis fiestas, por lo general caminaba sola por el callejón que conducía a mi casa, y cada vez que pasaba por la casucha del viejo sentía que un escalofrío me recorría por el cuerpo. Sentía algo de miedo. Algunas veces tenía que aligerar mi paso para no seguir escuchando los balbuceos y murmullos que él emitía por su estado de embriaguez a manera de discusión. Seguramente cualquier licor barato pensaba yo. Me daba la impresión de que él sabía que yo llegaba a esa hora, aunque nunca fuese la misma.


A veces yo lo observaba desde la planta alta de mi casa. En el día él dejaba la puerta de su cuchitril semiabierta y yo trataba encarecidamente ver lo que él tenía dentro. En toda mi vida solo pude ver un pequeño catre. Él vivía solo por supuesto. Imaginaba que en alguna de sus borracheras le daban ataques de delirium tremens y escribía historias de suspenso, como Edgar Allan Poe. Creo que no lo hacía.


¿Tendría familia? ¿Alguna vez estaría casado? ¿Sus hijos lo buscarán? En realidad nunca lo llegué a saber. Su vida fue un enigma para mi, no se si para el resto. No sé si los demás querrían saber más de aquel singular personaje. Quería saber cómo vivía y lo que hacía. Pero nunca me atreví si quiera a pasar la cerca de la alquería donde él moraba.


Una noche, cuando regresaba de una de las muchas reuniones con mis amigas que se alargó por conversaciones, música de los 80s y varias cervezas, escuché cómo gritaba y me dio más pánico que de costumbre. – Debe estar más ebrio de lo que estoy yo- pensé. Corrí hacia mi casa. Sentía sus gritos más fuertes y más cercanos cada vez. No podía abrir la puerta de la desesperación que yo sentía. No quería regresar a ver. Me daba mucho miedo. Temblaba. Al fin pude entrar. Me sentí aliviada.


Cinco días después los vecinos empezaron a quejarse por el fuerte olor a descomposición que se percibía en el ambiente y que provenía del cuartucho del viejo. Es raro, en esa ocasión a todos les importaba. Había muerto, por intoxicación dijeron.


Hay algo que no se lo he dicho a nadie. Cada noche, cuando camino sola hacia mi casa, puedo escuchar aun sus murmullos. Solo aligero mis pasos.