domingo, 2 de noviembre de 2014

Vaciedad/ vacuidad.

Tengo un nudo en la garganta, está atorada con mi corazón, y mi corazón tiene taquicardia y quiere escapar por la garganta. La ansiedad es incontrolable. Ese vacío en el estómago se siente tan profundo y siento que estoy cayendo en él infinitamente.

Cuando toque fondo el golpe va a ser fuerte. 

miércoles, 22 de octubre de 2014

El eterno resplandor de una mente sin recuerdos.

Vivo en el eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Y no sé si lo que estoy borrando son recuerdos o el recuerdo de un recuerdo. Me da nostalgia pensar en los recuerdos futuros. Esos que ya no vendrán y que deseo desesperadamente él venga a salvar.  

Un amor imaginario. Una idealización. Una utopía. Aprender a amarme se ha convertido en una utopía. Nadie lo ha logrado.

Es más fácil cuando no se meten con tus sentimientos. Cuando no alimentan a las mariposas de tu estómago. Cuando no te hablan ambiguamente.

A uno le toca abrir los ojos a punte cabezazos contra el piso. Que digo abrir los ojos; aceptarlo nomas. 

Cuando ya no queda nada más que decir y nada más que hacer solo hay que retirarse. Mejor si es cuando aun tienes un poco de dignidad y no cuando ya han destruido lo que ha quedado de ti.

El camino será largo. 

jueves, 20 de marzo de 2014

El recorrido

Todas las mañanas camino al trabajo por aquella bella calle soleada. Todas las mañanas. Caminar todas las mañanas es mi único ejercicio. Y mi rutina. No e  porqué la describo como bella soleada si odio ese matutino sol caliente.
Apenas entro en la calle todo me es familiar. Empezando por la arquitectura, las casas, los edificios, los parqueaderos, los restaurantes. A los 30 pasos más o menos viene en vía contraria ese chico robusto, no es gordo es robusto, bien vestido, bien producido; creo que es homosexual, por la pulcritud y esmero con el que se arregla. Los heterosexuales no se esmeran tanto. Usa camisas apretadas que dejan ver su poco delgada figura; por lo general son plomas,  combinadas con corbatas oscuras. Creo que siempre va a tiempo y no siempre lo veo.
Cuando sé que voy muy bonita, nadie me hace caso en la calle. Quiero pensar que es porque saben que no estoy a su alcance y prefieren no arriesgarse. Tal vez no estoy bonita y soy una maldita ególatra y simplemente ven mi cuerpo desproporcionado y prefieren ignorarme por fea.  Luego del chico aparentemente homosexual, paso junto a un guardia de seguridad. A veces lanza piropos, a veces no nota mi presencia y me siento mal, y no porque me guste, sino porque ¿en realidad no levanto ni guardias de seguridad? Y me siento estúpida al haber terminado con un pensamiento tan clasista. Mientras camino, paso por un garaje de donde sale por las mañanas ese pequeño fiat azul con su frío y blanco aire escapando inevitablemente por el tubo de escape. Más adelante un restaurante que parece tener bastante buena fama con los extranjeros, austriacos principalmente.
Creo que hay dos personas que notan mi presencia en las mañanas, porque muy aparte de todo lo que veo normalmente, estoy esperando cruzarme con ellos. Cruzo la calle cuando el semáforo está en verde. Por lo general está en verde, así que casi nunca me detengo a esperar a que el tráfico pare. Parece que todo estuviera preparado para que yo, “la reina de la calle”, no tenga inconveniente en llegar a u tan preciado destino. Mientras cruzo esa calle, me siento dueña del mundo y creo que los demás lo saben, pero lo más probable es que estén maldiciendo que el semáforo no esté en verde para ellos y lo que menos hagan es pensar en aquella mujer que pasa con ínfulas de reina.
A la mitad de la cuadra está él, el primer hombre que espero ver, el hombre sin rostro, porque increíblemente, aunque no lleve máscaras ni nada, no he sido capaz de regresar a ver. Sé que tendrá unos setenta años. Está ahí, ignoro desde qué hora, sentado junto a su maquinita emplasticadora de documentos que la gente adquiere en la oficina de la policía que queda junto. Lo primero que noto es una pequeña radio vieja como la voz que sale de ella, siempre vociferando en contra del gobierno; luego noto sus brillantes botas encharoladas color vino. Amo sus botas, y él también las ama. Si lo veo en algún lado, estoy segura que no podré reconocerlo, a menos que sea por sus botas; no se las pone todos los días. Debo adivinar que él también nota mi presencia cuando paso, y siento que se fija también en el calzado que llevo todos los días; y creo que también le gustan. ¡Oh! ¡Querido señor de la emplasticadora! Me pregunto si no te levantas y piensas en tu vida, en lo que se ha convertido y si eso era realmente lo que siempre anhelaste o no te quedó de otra. Pero no tengo calidad moral de inquirirme eso sin pensar en mi vida primero, y es igual de deprimente.
Atrás queda la voz de aquella radio, y sigo mi camino para encontrarme con el siguiente hombre. Este asiático pasa siempre con una funda en su mano derecha, dentro de la funda lleva una terrina, y puedo asegurar que dentro de la terrina hay tallarines calientes; porque a los asiáticos les gusta los tallarines. Y casi siempre lleva un cigarrillo en la otra mano. Si lo veo después del viejo emplasticador, sé que voy a tiempo, e imagino que él toma el tiempo de la misma manera que yo. Cuando lo veo antes, es porque voy con el tiempo en contra, y el asiático debe sentir satisfacción de haber salido a tiempo. Se le nota en la cara.
Luego un par de casas que me encantan. Sus fachadas de piedras gigantes, puertas de acero y muchas plantas rebosando por sobre las fachadas. Qué curiosidad me da saber qué clase de gente vive ahí! Siempre veo por sus ventanas para ver si algún ente está parado observando la vida pasar. Nunca hay nadie.
Hace dos semanas que no voy por esa calle porque descubrí que el recorrido de mi empresa pasa cerca de mi casa, y es mucho más cómodo, puedo decir que es adictivo. El recorrido es adictivo.

Seguro el emplasticador y el asiático han notado ya mi ausencia. Si no regreso nunca por ahí de seguro pensarán que cambié de empleo o habré muerto.