martes, 24 de mayo de 2011

Mi fin del mundo

El domingo por la noche me enteré de que el mundo anunciaba su fin, y que sería la madrugada anterior, el sábado a las 2 de la mañana. Pobre de mi me dije.

¿Dónde estuve todo ese tiempo en que hubieron peleas en un noticiero entre una bailarina profesional (haciendo las veces de comunicadora) y un médico, que fuera de su consultorio cuelga un letrero con todas las patologías que cura (haciendo las veces de entrevistado e incitador a reacciones insultantes)? ¿Dónde estuve todo este tiempo en que un director de cine que pudo ser aclamado por su grandioso trabajo en Cannes fue considerado persona non grata por autodefinirse como nazi? Cuando hubieron elecciones en España, y al fin un multimillonario, cabecilla de un grupo religioso predijo el fin del mundo, ¿dónde estuve? Y digo yo, presenciando mi propia caída, mi propio fin del mundo. Del mío.

A lo mejor, el fin anunciado no significaba que el mundo se destruyera físicamente. Muchos se preguntaron si el volcán Tungurahua erupcionaría, y se asomaron a sus ventanas a las 2 de la mañana a ver si algó pasó. Nada.

Y no es que esté defendiendo los presagios de una secta de éstas religiosas, puesto que me considero agnóstica, pero la teoría que yo defiendo, es que todos de algún modo experimentamos el fin de algo. De una etapa en nuestra vida, de una transición en nuestro pensamiento, un metamorfosis interna, una evolución o una mutación, un adiós a algo que no queríamos que nos molestara más. Algo, dentro de cada persona. Nuestro propio mundo.

No se lo he preguntado a nadie, asi que quedará en teoría evidentemente.

Asi, habrá que esperar la nueva fecha anunciado por el profeta (verdadero o falso), el 21 de octubre del presente, o la oficial fecha del acabose, 2012.

Por lo que respecta a mí, no se acabó el mundo precisamente, pero se me vino encima.

Arrivederci!

C.
24/May/2011

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